
“Los chicos son frágiles”: tras un intento de secuestro, un padre barilochense llama a educar desde casa
Edgardo, padre del niño que logró escapar de un intento de rapto en Bariloche, reflexiona sobre el peligro en las calles y la importancia de educar a los chicos.
El lunes por la mañana, mientras el termómetro se resistía a subir en los barrios del oeste de Bariloche, un niño vivía un episodio que marcaría su infancia. Viajaba como todos los días en la línea 21 hacia la escuela Puerto Moreno, pero esta vez algo no estaba bien. Un hombre encapuchado se sentó cerca suyo y comenzó a hablarle. Lo invitó a su casa, le ofreció dulces, películas, distracciones. Intentó convencerlo de bajarse en otra parada. Lo logró. Pero el niño reaccionó. Se escapó. Corrió. Lloró. Y una mujer que había dejado a su hija en la escuela lo rescató.
El intento de rapto ocurrió ayer lunes, pero no es el hecho en sí lo que más remueve hoy a Edgardo, el padre del menor, sino la reflexión que dejó el susto: “Han cambiado los tiempos. No es como cuando nosotros éramos chicos. Hay que educar a los pibes, hay que estar encima”, repite con la voz temblorosa, todavía impactado, en diálogo con Radio Con Vos Patagonia.
Edgardo no quiere que lo que le tocó vivir a su hijo quede en el olvido o se convierta apenas en una anécdota de pasillo escolar. Su objetivo ahora es otro: advertir a los demás padres, vecinos y autoridades sobre lo que él considera una señal de alarma. “Esto pasa en todos lados, pero acá en Bariloche es más. Hay que tener mucho cuidado y hablar con los chicos”, insiste.
El lunes, su hijo partió desde el barrio 2 de Agosto como lo hace cada mañana. Pero, según cuenta Edgardo, en el viaje de unos 20 minutos hasta el kilómetro 10, un desconocido comenzó a interactuar con el menor. “Le ofrecía cosas, lo entretenía, lo hizo pasarse de parada. Ahí mi hijo se dio cuenta, se bajó rápido, pero el tipo lo tomó del brazo. Por suerte pudo zafarse y correr”, relató.
La clave estuvo en una conversación previa. En casa, ya le habían hablado del tema. Le habían advertido sobre los extraños, sobre no aceptar nada, no seguir a nadie, no dejarse convencer. “Por eso pudo reaccionar. Si no hubiéramos tenido esas charlas, hoy estaríamos contando otra historia, mucho más triste”, dijo, con crudeza.
El testimonio es claro y urgente: “Los chicos son frágiles. Por un dulce, por un ‘te invito a jugar a la Play’, se van. Y después termina en un horror. Ayer fue un horror”, expresó.
La mujer que ayudó al niño actuó con rapidez: lo contuvo, lo llevó al colegio, alertó a las maestras. La escuela se comunicó enseguida con los padres y con la policía. “La verdad, todos se movieron bien. Las maestras, rapidísimas. La policía también. Nos trataron muy bien”, reconoció Edgardo. Ahora, las cámaras de seguridad de la zona —particularmente del Centro Atómico— están siendo revisadas por las fuerzas de seguridad para tratar de identificar al sospechoso.
Mientras tanto, su hijo no fue a clases este martes. La familia decidió resguardarlo. “Lo conocen mucho, no queríamos que le pregunten, que reviva todo eso. Fue muy feo, muy fuerte. Estaba desesperado, con mucho miedo. Pero es un superhéroe, la verdad. Lo está llevando bien”, dice el padre, con orgullo y emoción.
El caso abre múltiples preguntas: sobre el transporte escolar, sobre la vigilancia en los barrios, sobre la preparación de los chicos ante situaciones límite. Pero para Edgardo hay una sola certeza: “Esto no se resuelve con miedo, se resuelve con conciencia”.
Y su mensaje, aunque cargado de angustia, no suena a resignación, sino a advertencia: “Concientizar a la gente, a los chicos. Hablar, educar, porque si no, puede terminar muy mal. El horror es real, no es una película”.