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Hugo Alconada Mon y los espías rusos en Argentina: “Construyeron una vida entera de cartón y nadie lo advirtió”

Durante 13 años vivieron como una familia más en Buenos Aires. Pero eran agentes del Kremlin. El periodista revela cómo tejieron su leyenda desde Viedma y cómo el Estado argentino nunca los detectó.

Hugo Alconada Mon y los espías rusos en Argentina: “Construyeron una vida entera de cartón y nadie lo advirtió”

Durante 13 años vivieron como una familia más en Buenos Aires. Pero eran agentes del Kremlin. El periodista revela cómo tejieron su leyenda desde Viedma y cómo el Estado argentino nunca los detectó.

Vivieron en Palermo, se casaron en un registro civil porteño, tuvieron hijos en clínicas privadas, participaron de reuniones de padres y hasta forjaron amistades con mujeres que trabajaban en Vaca Muerta. Pero no eran lo que decían ser. Ni Ludwig Gisch nació en Namibia, ni María Rosa Mayer Muños fue criada en México. Ambos eran espías rusos.

Así comienza Topos, el nuevo libro de investigación de Hugo Alconada Mon, donde la realidad supera a la ficción. En una conversación con Radio Con Vos Patagonia, el periodista reconstruyó el recorrido de estos agentes del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) ruso, su “leyenda” cuidadosamente fabricada, la red que los respaldó y las grietas del sistema argentino que les permitió moverse con total impunidad entre 2009 y 2022.

“Estamos hablando de dos espías rusos que tomaron la Argentina como base de operaciones para construir su leyenda. Estuvieron acá entre 2009 y 2022, se movieron por Río Negro, Córdoba, Misiones, Mendoza, la Triple Frontera. Y también por Uruguay, Brasil, Chile, Colombia...”

La elección de Argentina no fue casual. A ojos de los servicios de inteligencia rusos, nuestro país ofrecía un cóctel ideal: instituciones débiles, registros civiles permeables y un contexto de desatención oficial sobre el espionaje internacional.

Estos dos agentes no solo vivieron con múltiples identidades, sino que también se infiltraron en ambientes sensibles. Tenían hijos escolarizados en los mejores colegios privados. Allí, la espía forjaba vínculos cuidadosamente seleccionados.

“La madre se hizo amiga de tres mamás que trabajaban en empresas energéticas vinculadas a Vaca Muerta. Luego reportaba esa información a Moscú.”

Uno de los momentos más insólitos de la historia se da en la capital rionegrina, Viedma, donde el espía solicita la ciudadanía argentina por opción, apelando a una supuesta madre nacida en Buenos Aires y fallecida en Viena. Pero esa mujer, Elga Taschke, en realidad murió en 1947 a los cuatro años y está enterrada en La Chacarita.

“El pequeño detalle es que esa supuesta madre ya estaba muerta en 1947. Y alguien fue antes al registro civil a pedir su partida. ¿Quién fue? ¿Quién preparó el terreno para él?”

Esa escena sintetiza una de las tesis del libro: no actuaron solos. Contaron con una red de apoyo local e internacional que facilitó documentación, encubrimientos y validación de papeles truchos. “Te da indicios de que alguien estaba allanando el camino antes de que llegara. No eran dos improvisados. Era una operación seria”, analizó.

Casamiento doble, idioma prohibido y espías en pañales

Para solidificar su historia, se casaron dos veces: una en Rusia y otra en Buenos Aires. Necesitaban que todo cerrara. “Querían mostrar que se conocieron y enamoraron en Buenos Aires, que formaron una familia acá. Eso es construir la leyenda. La escenografía de cartón”, comentó.

Incluso su forma de hablar estaba cuidadosamente entrenada. Nunca una palabra en ruso. Ni siquiera durante el sexo. Y no es un detalle menor: se trata de una lección aprendida del pasado: “En 2010, el FBI descubrió espías rusos en EE.UU. porque hablaban en ruso cuando se relajaban. Entonces Moscú les dio la orden: ni una palabra, ni un acento. Jamás”.

La estrategia era tan meticulosa que cuando los detuvieron en Eslovenia, sus hijos —de 9 y 11 años— aún no sabían que sus padres eran espías. Lo supieron recién en el avión que los llevaba a Moscú. “El padre les dijo: ‘Mi verdadero nombre es... el de tu madre es... vos sos ruso. Estamos volviendo a Moscú. Sacate la camiseta de Argentina’. La nena lloró. El nene le preguntó: ‘¿Puedo ser espía cuando sea grande?’”.

Mientras la pareja cumplía misiones encubiertas, la inteligencia argentina estaba distraída en guerras internas. Alconada Mon contó que por aquel entonces “eran los años de la SIDE dividida entre Stiusso y Pocino, la disolución del organismo, la creación de la AFI, la muerte de Nisman, el espionaje interno durante el gobierno de Macri. Estaban en otra”.

Así, nadie advirtió que se estaban emitiendo ciudadanías fraudulentas. Ni que un técnico informático y una galerista de arte vivían una vida cuidadosamente guionada, mientras transmitían datos encriptados desde una terraza en Barrancas de Belgrano. 

El desenlace: canje de espías, honores en Moscú y una historia que aún no cierra

En diciembre de 2022, las tropas especiales de Eslovenia los detuvieron. Fue el inicio del desenlace. Tras un año y medio detenidos, se convirtieron en piezas de un intercambio de espías con Rusia. 

“Participaron en el intercambio de espías más importante desde el final de la Guerra Fría. Fueron recibidos con honores por Putin.”

Así terminó —o mejor dicho, se reconfiguró— una historia que expone la fragilidad institucional argentina y la sofisticación rusa. Topos no solo cuenta el caso: lo convierte en una advertencia. “Esto fue real. Ocurrió. Y nos debería hacer pensar qué tipo de controles tenemos. Porque si entraron estos, ¿cuántos otros están ya adentro?”, agregó.

*Escuchá la entrevista completa:

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